lunes, 18 de marzo de 2013

EL CIPRÉS DE SILOS - Gerardo Diego


EL CIPRÉS DE SILOS

Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,

como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.


Gerardo Diego, 1924



Historia


Este soneto inmortal nació el 4 de julio de 1924, cuando el escritor cántabro Gerardo Diego (Santander, 1896 – Madrid, 1987) llegó al monasterio de Santo Domingo de Silos en el viejo automóvil Ford de su amigo Mariano Granados para pasar una noche en la hospedería monacal. Al despedirse de los monjes dejó escrito en el libro de visitas, como original dedicatoria, el famoso poema que esa misma noche había compuesto en su celda. Durante mucho tiempo no existió más copia que esa. Años más tarde volverá al monasterio y compondrá un nuevo soneto menos conocido, “Primavera en Silos”, completando en 1936 su trilogía silense con otro poema, esta vez “Ausente”.

Sin embargo, muy pocos saben que, en la época en que se compuso el famoso soneto, el ciprés tenía tres hermanos olvidados, plantados uno en cada esquina del claustro. Cuando llegó Gerardo Diego dos habían sido recortados en forma de pequeños conos y el tercero “se había quedado muy chiquito y desparramado”, me explicó un día el abad Clemente Serna. Pronto los cipreses más pequeños desaparecieron. Sólo ha sobrevivido el situado en la zona con más luz, de una belleza única.

Otra curiosidad. Este ciprés, considerado el símbolo vivo del castellano, fue plantado por monjes franceses. Los restauradores galos del monasterio que, abandonado tras la Desamortización de 1836, fue recuperado de la ruina en 1880 por benedictinos del monasterio de Solesmes, en la región del Loira, los mismos que trajeron a España el canto gregoriano.



Primavera en Silos

Ahuyenta el sol los delicados hilos
de una lluvia viajera. Y, pregonero
del hondo y fresco azul , un novillero
ruiseñor luce su primor de estilos.

Los perales en flor, nuevos los tilos;
el ciprés, paraíso del jilguero.
Qué bien supiste, hermano jardinero,
interpretar la primavera en Silos.

Ay, santa envidia de haber sido un monje,
un botánico, un mínimo calonge
-frescor de azada y luz de palimpsesto-,

y un anónimo y verde día, cuando
Dios me llamase, hallarme de su bando
y decirle: "Bien sabes que estoy presto".

El ciprés de Silos (Ausente)

Cielo interior. Tu aguja se perfila
-oh, Silos del silencio- en mi memoria.
Y crece más su llama, ya ilusoria,
y más y más se pule y esmerila.

Huso, ya sombra, que mis suenos hila,
al sueño de la rueca, claustro o noria
rueda el corro de estrellas por la historia
y aquí en mi pozo tiembla y escintila.

Ciprés, clausura y vuelo, norma, eje,
de mi espiral espíritu rodando
la paz que en tus moradas se entreteje.

Quiero vivir, morir, siempre cantando,
y no quiero saber por qué ni cuándo.
Sálvame tú, ciprés, cuando me aleje.

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